¿Qué tanto celebran los panistas en BC?
Baja California, nada qué festejar
Rogelio Hernández Rodríguez
11 de agosto de 2007
El PAN no ha dejado de festejar su triunfo en las recientes elecciones de Baja California, y si sólo se atendiera al candidato que derrotó, la celebración parecería bien merecida. Pero visto con detenimiento, esas elecciones muestran el lamentable estado en que se encuentra la política en el país y, en el caso particular del PAN, sus limitaciones para competir con sus adversarios.
Toda la campaña giró en torno del candidato del PRI, Jorge Hank, y de su mala fama pública. Se recordaron en todo momento sus negocios poco claros, su fortuna y las sospechas de que ha estado involucrado en delitos y, desde luego, su vulgaridad. Pero lo sorprendente es que esa fama prácticamente es tan vieja como él mismo y, sin embargo, no lo ha llevado a la cárcel ni menos aún le ha impedido incursionar en la política con el suficiente éxito como para ganar la alcaldía de Tijuana y después competir con mucha ventaja por la gubernatura.
Si a pesar de esa imagen Hank pudo mantenerse como una opción, no se debió sólo al dinero, sino a que el PAN y su candidato eran poco confiables. De qué tamaño tendría que ser el desaliento de los bajacalifornianos para que un individuo como Hank pudiera convertirse en la alternativa. A sabiendas de ello, el PAN centró toda su campaña en la personalidad, y cuando no fue suficiente recurrió a cualquier medida, incluidas las disposiciones legales del estado, para impedir que fuera candidato. Además de espantar con la vulgaridad de Hank, el PAN desempolvó acusaciones, órdenes de aprehensión, difundió rumores y, como lo hiciera contra López Obrador, el peligro que sería como gobernador. No hubo tampoco propuestas. Pocos, por no decir que nadie, conocieron las ideas de José Guadalupe Osuna Millán acerca de lo que haría en caso de ganar. Al igual que en la campaña de Calderón, el PAN se dedicó a descalificar, no a proponer. Y seguramente se pensará que el propósito lo justificaba, pero a juzgar por los resultados, el PAN no consiguió convencer.
Si bien Osuna ganó con casi 51% de los votos, las preferencias por Hank rondaron el 46%, lo que le da seguridad en el conteo pero no la prueba de que fue el mejor candidato en el proceso. Otro dato importante de la mala política del estado es que la votación descendió severamente. En 2006, en las elecciones federales, votaron cerca de 925 mil bajacalifornianos, y ahora, de acuerdo con las cifras preliminares, lo hicieron alrededor de 745 mil, lo que significa que a 20% de ciudadanos la confrontación entre Hank y el PAN los fastidió lo suficiente como para tener que elegir.
Pero por si fuera poco, el partido ganador demostró que está muy lejos de ser fuerte y competitivo. No es la primera elección en la que la diferencia con el PRI es poca, pero esta vez el PAN no consiguió todos los votos de ventaja por sí mismo sino por la ayuda, abierta y reconocida por el propio panismo, de la inefable Elba Esther Gordillo, su sindicato y su partido. Es verdad que la imagen de Hank pesó en el ánimo de los electores, pero difícilmente lo hubieran vencido sin la intervención del gobierno saliente y el activismo de los seguidores de Gordillo, lo que pone en una muy débil posición al triunfante panismo, y que se demuestra con otros resultados muy convenientemente pasados por alto por el PAN.
Basta volver la mirada a Aguascalientes, también gobernado por el PAN y donde el PRI recuperó importantes posiciones, para confirmar que ese partido tiene muy poca capacidad de competir y que necesita la ayuda de su amiga Gordillo para ganar. Si a las elecciones de Baja California se suman las presidenciales, parece claro que sin la cacique del magisterio el PAN es un partido que no puede ganar solo. Explica, sin duda, la soberbia de Gordillo, pero pone en un pésimo lugar al gobierno y a su partido. Gana, desde luego, pero no por ser mejor ni con los mejores candidatos.
Investigador de El Colegio de México