Interesante análisis sobre la izquierda
Luis Linares Zapata/ I
Ecos de la izquierda
La moda se va imponiendo en el imaginario de cierta crítica local y, en ese horizonte, la izquierda se dibuja como un territorio en crisis. Se insiste, con denuedo inusitado, que tal agrupamiento atraviesa por momentos o pasajes de quiebre entre lo que se aspira para su desarrollo, para su modernización y las ataduras a un pasado que se ancla en los gastados reflejos de sus militantes y guías. Los dictados más benignos que se le hacen, en forma de recomendaciones "bien" intencionadas, hablan de la necesidad de contar con la participación de la izquierda en el proceso político social y cultural del país, a pesar de las oportunidades que se van dejando, de manera por demás irresponsable, en el arduo camino hacia el progreso.
No hay escape a esta dicotomía: la izquierda, si quiere progresar y ser aceptada, tiene que parecerse a la chilena o a la europea. Si se anquilosa, le predicen hasta con enojo, quedará arrejuntada con esas facciones latinoamericanas que, por ahora al menos, son adalides de lo vetusto, afiliadas al más dispendioso y retrogrado populismo. Si éste es el punto de referencia, surgen de inmediato los símbolos del desprecio conceptual.
Líderes de fama continental a quienes se califica como portadores de la imbecilidad, sujetos de la más rampante tontería: el venezolano Hugo Chávez en primera línea, al que siguen, en orden decreciente, el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. Si el crítico es uno de perfil orgánico ilustrado, le añadirá una que otra figura para no quedarse en el cliché esparcido por los locutores y comentaristas de los medios de comunicación electrónica. A tan ilustre universo de retrógadas le agregan nombres adicionales, figuras menos estigmatizadas que las anteriores como el argentino Kirchner o el ya clásico veterano de las luchas populares del Uruguay.
En esta moda de crítica surgen también las grandes interrogantes ineludibles para los actores políticos: ¿cómo ser de izquierda en México? Preguntas afiladas a la manera de sentencias terminales. A veces se prefiere usar, con aspiraciones hasta literarias, una retahíla de incipientes aforismos que, a la manera de exclusiones y retruécanos, caen sobre el sujeto señalado o encima de la corriente de izquierda rejega al dictado de una mente que se piensa privilegiada para la crítica.
La izquierda debe mirar al electorado y entenderlo, afirma categórica Denise Dresser (Proceso 1586) como si atraer a mucho más de 15 millones de votantes nacionales fuera un acto de prestidigitación gratuito. Piensa, con soltura de analista renombrada, elevada a refulgente estrella del espacio público, que su disquisición, sobre el alma de la izquierda, pasará a los anales de hemerotecas ilustres.
Como personajes indispensables en los foros de honduras y renombre, los críticos, sobre todo los de inconfesado derechismo, están seguros de que sus dictados quedarán catalogados, por futuras generaciones, como una serie de cuestiones trascendentes. Sin dejo alguno de benevolencia para con el faltista ideológico o sin contemplaciones para el izquierdoso premoderno, los arrojan a los infiernos del olvido que ellos decretaron. Sólo si sus consejas son recogidas los condenados al destierro de las preferencias ciudadanas alcanzarán la redención.
¿Qué va a hacer la izquierda consigo misma?, se preguntan esperando oír un alarido de sorpresa generalizado. Y, al unísono, los que con dificultades se acomodan con esa nebulosa clasificación, siguen ensimismados en sus diarias tareas de pulir sus directorios de audiencias; continúan su laboriosa tarea por entender lo que plantea la gente común, esa que pocas ocasiones tiene de ser escuchada o vista tras electrónicos magnavoces, la que rara, si alguna vez, acude a las charlas de la academia; esa muchedumbre que conserva encapsuladas las derrotas continuas que, los de arriba, le han infligido en pesada cadena de años o centurias. La izquierda que los analistas no ven se mezcla con personas concretas, esas que muestran con ironía sus requiebros, sus frustraciones y ven con amargura creciente las mínimas oportunidades que se han tenido o las muy escasas que tendrán.
¿Qué harán consigo mismos estos izquierdosos? Simplemente continuar con sus quehaceres. Tratando de rescatar lo poco que aún conservan frente a los atropellos de los poderosos, por la ignorancia de la "pléyade" conservadora que por ahora decide en tribunales. O por esa otra, más recalcitrante capa de privilegiados que manda desde lujosas oficinas y se acompasa con la que dirige y guía desde los medios de comunicación bajo su control y dominio. Muy desocupados por reaccionar a las fórmulas ideadas para desatar el ataque mediático o llenar un solitario artículo semanal, la izquierda busca entre sus ropajes ya usados, entre las barriadas insatisfechas y el espíritu de sus integrantes, esos que aparecen como claros indicios de una cultura política de nuevo cuño, presagios de una depurada forma de accionar público que la sociedad de abajo demanda.